Perfiles urbanos
Exclusivo de NOVA: Capítulo 1

Huellas de un testigo de la proscripción: La vida de Javier Herrera como preso político solo por ser peronista

Javier Herrera con el fallecido Aldo Pignanelli, presidente del Banco Central en el mandato de Eduardo Duhalde.
Cacho Rubeo padre de Eduardo dirigente de APEBO, junto a Javier Herrera.

Por Alejandro Casalongue, de la redacción de NOVA

Javier Herrera nació el 2 de junio de 1941 en Loreto, Santiago Del Estero, en tiempos en los que Argentina se encontraba en la encrucijada de un país en transformación.

A los cuatro años, un recuerdo vívido se grabó en su memoria: Se encontraban en Berisso y su padre lo llevaba en brazos mientras él sostenía un palo, emocionado por el bullicio de la gente que había salido a la calle Nueva York en 1945, justo al lado de la ferretería "La Bola de Oro".

Era un momento decisivo, un día de revolución en Argentina, el 17 de octubre, que marcaría la vida de muchos, incluido él, cuando miles de trabajadores de movilizaron desde Berisso, Ensenada y La Plata para pedir por la liberación del General Juan Domingo Perón.

La historia de su familia se remonta a Tucumán, donde su madre, una mujer fuerte y decidida, tuvo que dejar la escuela a los 11 años para trabajar en la zafra de caña de azúcar, donde conoció a su padre.

Desde entonces, su amor floreció en medio de la lucha por la subsistencia. Cuando su madre quedó embarazada, la familia decidió mudarse a Berisso, donde su padre encontró trabajo en el frigorífico Armour.

El 17 de octubre de 1945, mientras la multitud vitoreaba a Perón, el ambiente se tornó violento. Javier, su madre y su padre se encontraron en el centro del tiroteo entre el Partido Laborista de Cipriano Reyes y el Partido Comunista de José Peters.

Ese día, la historia política de Argentina cambiaría para siempre, y Javier se convirtió en testigo de cómo el peronismo se adueñaba del corazón de los trabajadores, incluso mientras su familia vivía en condiciones precarias, luchando para sobrevivir.

El padre de Javier, un hombre de campo que había estado viviendo como trabajador golondrina, pronto se benefició de las reformas de Perón, que implementó el Estatuto del Peón Rural, protegiendo a los trabajadores.

En ese contexto, Javier recuerda cómo su padre siempre le decía que debía rodearse de gente sabia, porque de los "boludos nunca se aprende nada". Esta filosofía de vida le inculcó un amor por el conocimiento y la historia que lo acompañaría a lo largo de su vida.

De su padre, Javier heredó la pasión por la lectura: lo recuerda a la sombra de un árbol leyendo Selecciones del Reader's Digest, llamada también simplemente Selecciones, una revista pequeña que hablaba de los problemas del mundo.

Al terminar la primaria, Javier se trasladó a La Plata para asistir al colegio técnico Albert Thomas, dado que en Berisso no había esa posibilidad. A medida que crecía, la situación política en Argentina se tornaba cada vez más tensa. En 1955, el golpe de Estado conocido como la Revolución Libertadora cambió el panorama para muchos justicialistas, y Javier, ya con una formación política sólida, se unió a la juventud peronista.

A pesar de las restricciones y la represión que sufrían, Javier y sus compañeros de militancia mantenían vivo el espíritu del peronismo en la clandestinidad. Cuando el Plan CONINTES se implementó para reprimir cualquier forma de disidencia, la vida de Javier dio un giro inesperado. Su padre fue arrestado tras un atentado, como medida de presión para que él se entregara.

El Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado) fue el nombre que recibió un régimen represivo aplicado en Argentina, creado en secreto durante la presidencia de Arturo Frondizi el 14 de noviembre de 1958​ y que se mantuvo vigente hasta el 1 de agosto de 1961, cuyo objetivo era poner fin a una serie de protestas laborales haciendo uso de la represión estatal, otorgándole, a su vez, "una amplia jurisdicción a las Fuerzas Armadas en la lucha contra los disturbios internos" y al terrorismo, pero no fue otra cosa que darle un marco legal a la persecución contra la militancia peronista.

Después de 20 días en la clandestinidad, Javier se presentó ante la policía, lo que resultó en la liberación de su padre. Esta experiencia marcó su primer encuentro con la prisión, pero también solidificó su determinación de luchar por lo que creía. Javier había sido acusado de ser peronista, una etiqueta que lo acompañaría por el resto de su vida.

Este relato continuará, y lo iremos desarrollando semana a semana en NOVA, en nuestra edición de los domingos para deleite de todos los fanáticos del Peronismo Ortodoxo.

Lectores: 499

Envianos tu comentario

Nombre:
Correo electrónico :
Comentario: