Volverá a ocurrir. No hay forma de que el crecimiento desmadrado de una ciudad no conlleve a inundaciones, falta de servicios básicos, educación, salud, etcétera. En el año 1983 La Plata tenía 13 asentamientos dispuestos de forma aleatoria en sus 940 kilómetros cuadrados.
Si bien el sur y el oeste de la ciudad ya configuraban una zona que mostraba una expansión a futuro, nada hacía presuponer que esta realidad explotaría de forma descomunal. Hoy son más de 250 asentamientos los que se dispersan por toda nuestra geografía sin ningún tipo de control. O sí.
Los asentamientos, barrios populares o como nos guste llamarlos, son un gran negocio inmobiliario. Hay para plantar un country en medio de cinco calles y hay también para plantar una vivienda que no califica ni como choza en los bajos de Los Hornos, Romero, o Abasto.
En ambos casos, la política platense mira para un costado. No se anima y es parte del negocio. Punteros que venden lotes como agentes inmobliarios que venden parcelas. La diferencia es de cantidad.
Uno cobra en pesos y el otro en dólares, pero la corrupción en su espíritu de cuerpo es la misma porque la ocasión hace al ladrón, como sea que se llame.
Y en el caso de los pobres y humillados habitantes de la periferia profunda de la ciudad, asqueados de organizaciones cuasi mafiosas que le cobran el terreno, el plan y los retornos, no hay otra alternativa que una bestial intervención del Estado para terminar con esta situación de esclavitud contemporánea.
Puede sonar poco simpático, pero no hay forma de que cuando el pluviómetro supera los 80 milímetros, cientos de vecinos se vean afectados. Es que es tan sencillo como complejo.
La construcción de barrios enteros sobre humedales, reservorios y hasta viejas lagunas no puede tener como resultado otra cosa que agua por arriba y abajo.
Y decimos por arriba porque las viviendas son tan precarias que sus techos están confeccionados de naylon, maderas... Y todo se moja.
Siempre vemos reuniones para la ocasión de la política de la ciudad sonriendo en selfies simpáticas. Es hora de dejar la fotomanía para afrontar un problema que nos pone en las antípodas de "la ciudad soñada" por Dardo Rocha. Ya no somos sólo las diagonales, los tilos, la Universidad, Gimnasia y Estudiantes.
Lamentablemente somos parte de esa maravillosa fuente de "ingresos" políticos y de los otros llamado Conurbano. ¿Podemos volver al sueño de 1882? Sí, seguro, pero para eso hace falta el coraje y la valentía de aquellos que llegaban en carros hasta Tolosa para fundar la Capital. Ese es el desafío.
No hay atajo posible porque con selfie o sin ella, gobierne quién sea, volverá a ocurrir.
Licenciado Pablo Pérez
Coordinador de La Plata Solidaria